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martes, 29 de noviembre de 2016

EN EL PRINCIPIO

En el principio era la nebulosa,
una constelación lejana
que se dibujaba en mis retinas.
Un día cayó en mi patio
una treintena de estrellas
que se convirtieron
en plantas de fisonomía diversa
formando un jardín en movimiento
pues se unían y separaban 
en novísima danza.
Si eran estrellas, pájaros o flores,
si eran creadas por dioses
o delicadas manos humanas
en lejanas jornadas de la historia
o si las hizo el rocío de la madrugada
no lo sabía ni me importaba.
Estaban allí
quietas ahora sobre el papel,
y mi madre sabía descifrarlas
y amarlas.
A mis cinco años
mamá llamaba por sus nombres
a esos signos misteriosos
que siempre estaban disponibles
ordenados en miles de alas de papel.
Ella observaba esos trazos
que ya tenían nombres
desde tiempos remotos.














Estas son letras, hijo, que se ordenan
para formar palabras
que te darán conocimiento, sabiduría y regocijo.
Sabrás de la vida como de la muerte,
de la belleza y la oscuridad,
del amor y el sufrimiento,
y otorgarán claridad a tus emociones.
Querrás deslizarte
hasta el fondo de tu existencia
o penetrar en el corazón de los otros
para dar luz o enseñar a descubrirla.
Estarán en tus verdades o en tus sospechas,
cuando abraces o desconfíes.


Al marcharse mi madre
leí sus cartas nuevamente 
-algunas de pálido semblante-
enviadas por correo:
No tengo nada que dejarte
-me dice en su última misiva-
sólo los libros del mundo.


Autor: Vicente Corrotea
Imagen tomada de la colección de Google.